BOLETÍN INFORMATIVO DISIDENTE NACIONAL REVOLUCIONARIO

martes, 17 de abril de 2012

LOS IZQUIERDA RENUEVA SU DISCURSO: DEL "¡PROLETARIOS DEL MUNDO, UNÍOS !" AL "¡INMIGRANTES DE TODO EL MUNDO, COLONIZADNOS!"



Un grupo de inmigrantes protesta contra el ministro del Interior francés por oponerse a que la comida 'halal' sea obligatoria en los colegios galos.
Un grupo de inmigrantes protesta contra el ministro del Interior francés por oponerse a que la comida 'halal' sea obligatoria en los colegios galos.
 Los partidos de izquierda eran originalmente los representantes del proletariado. Los partidos socialistas, comunistas y trotkistas siempre han pretendido defender los intereses de la clase obrera. Según aquellos esta tenía una misión revolucionaria. Los capitalistas debían ser reemplazados en el poder por los representantes del proletariado, es decir los intelectuales que predicaban las revolución. Pero esta alianza voló por los aires en 1968.
Los obreros no siguieron a los intelectuales de izquierda. Los discursos de Jean-Paul Sarte no bastaron para arrastrar a los obreros a la revolución. La clase obrera estaba más interesada en la sociedad del consumo que en la sociedad comunista. De esa época data una gran incomprensión entre las élites izquierdistas y los obreros. (Pinche aquí para ver un grotesco video del candidato socialista a la Presidencia de Francia, François Hollande).
Esta fractura se acentúo en 1989 con la caída de los regímenes totalitarios de Europa del Este. El sistema comunista apareció claramente como lo que siempre había sido: una sociedad en la que una minoría de ‘apparatchiks’ explotaba una mayoría amordazada y miserable. Los intelectuales izquierdistas se encontraron entonces sin utopía creíble, por culpa de una clase trabajadora que rechazó su misión revolucionaria. Pero pronto encontraron una solución: cambiar de utopía. La nueva utopía es la sociedad multicultural y multirracial. Esta supone una inmigración masiva de inmigrantes hacia los países occidentales. Estos inmigrantes son los nuevos “parias de la tierra” que hay que salvar. Estos reemplazan en el corazón de los idealistas el papel que anteriormente le correspondía a los obreros.
Esta idealización del inmigrante tiene dos consecuencias. Por un lado, los trabajadores ya no son defendidos por los intelectuales de izquierda. Aquellos se han convertido incluso en una clase que hay que combatir ya que votan cada vez menos a la izquierda. De esa manera, la intelligentsia izquierdista, además de rechazar a los obreros, siente ahora un desprecio condescendiente hacia ellos. Los intelectuales le hacen pagar al proletariado su inmovilismo traicionando sus intereses.
En efecto, los obreros son las principales víctimas de la inmigración masiva. Esta genera una competencia desleal para los trabajadores europeos y una presión a la baja sobre sus salarios. Los inmigrantes aceptan de facilmente trabajar en negro, de tal manera que los trabajadores nativos sin formación pueden ser excluidos del mercado del trabajo ya que cuestan más caros. A las élites les importan muy poco las condiciones de vida de la clase trabajadora nativa ya que ellos no las viven. La intelligentsia bienpensante considera un deber castigar el proletariado europeo y le hace padecer una inmigración muy pesada para sus intereses y sus condiciones de vida.
Por otro lado, los inmigrantes son considerados como la fuerza revolucionaria que engendrará una sociedad regenerada. Por principio el inmigrante está dotado de todas las virtudes. A él le corresponde realizar la nueva utopía en lugar del proletariado local. El eslogan marxista: “¡Proletarios del mundo, uníos!” es remplazado por el nuevo lema: “¡Inmigrantes de todo el mundo, colonizadnos! “.
En efecto, este aporte de sangre nueva permite volver a empezar el mismo tejemaneje. Los intelectuales han encontrado a nuevos “explotados” que defender, y estos en pago deben llevarlos al poder. Si el pueblo ya no conviene, hay que cambiar de pueblo. La izquierda propone el derecho a votar y a ser elegido par los inmigrantes en las eleccciones locales. Defiende igualmente la nacionalización autómática para todos lo nacidos en los países europeos de padres extranjeros. Los ilegales son ardientemente defendidos por la extrema izquierda que exige la regularización de todos ellos por el sólo hecho de haber entrado ilegalmente en el territorio de las distintas naciones europeas. La élite bienpensante cree inocentemente que la diversidad de la sociedad conducirá al monopolio de su ideología en los espíritus. Pero los europeos podrían rebelarse y los inmigrantes, por su parte, utilizar sus propias élites para defender sus reivindicaciones comunitarias (lo que ya está ocurriendo). La clase intelectual “progresista” se vería engañada de nuevo por aquellos que pensaba utilizar en su provecho.

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