La sociedad española es un amasijo de gente carente de los valores más esenciales. Solo con pasear por las calles de cualquier ciudad sea cual fuere su tamaño y situación geográfica, bastará para cerciorarse de esta realidad.
Seres humanos sin otro objetivo que el de satisfacer sus apetitos personales, deambulan como autómatas y se declaran enemigos irreconciliables de todo aquel que le presuman como un hipotético competidor.
En medio de esta marabunta, surge la figura del inmigrante, que es sin duda la herencia socialista de consecuencias más perjudiciales además de un lastre para el libre desenvolvimiento de los españoles. Clamar contra este desatino, no es por motivo de un talante racista, sino todo lo contrario: si alguien practica un racismo a ultranza en casa de los que ingenuamente los acogieron son la mayoría de este colectivo. Trataré de explicarme.
Durante los años del desenfreno, los españoles fueron repudiando determinados puestos de trabajo por considerar que no estaban en consonancia con el nivel de vida existente. Hecho que provocó una fuerte oferta para su ocupación.
Esta situación dio pie para poder justificar el acceso al mundo laboral español, de personas procedentes de diversos países, que en el caso de los sudamericanos, poseen además connotaciones históricas.
Ese momento debió servir a las autoridades españolas para crear un modelo de relación laboral temporal, ajustado en el tiempo y la forma a las necesidades puntuales que la bonanza económica demandaba. Y en modo alguno perpetuar un estatus quo, que por antinatural, no podía perdurar en el tiempo.
El caso se agrava, si a la irrupción indiscriminada de los inmigrantes hispanos, se une la de los procedentes de los antiguos países comunistas, que sin dejar de serlo, han invadido a la sociedad capitalista, sembrando el miedo y el terror entre la ciudadanía, temerosa de la crueldad de sus procedimientos. Estos indeseables han protagonizado asaltos y robos a propiedades particulares ante la desidia y cobardía de las fuerzas de orden público.
Por si algo faltara, inmigrantes de origen chino, se han apoderado del pequeño comercio, ejerciendo una competencia desleal entre los autónomos españoles, que no pueden competir, con unos rivales que se sirven de la esclavitud para la comercialización de sus productos.
En estos días, he residido en un lugar de la periferia catalana y puedo jurar que el porcentaje de personas cuyo aspecto denotaba su procedencia del exterior, representaba un alto porcentaje sobre la ciudadanía autóctona.
Bandas callejeras de jóvenes inadaptados, mafias y bandas de malhechores proliferan por toda nuestra geografía en una situación, que mucho me temo, o se nos ha escapado de las manos.
Lo que verdaderamente choca, es que a todos los que pensamos que es necesario poner freno a la invasión, se nos tache de racistas. Estoy convencido, que los racistas, son los responsables de esta situación, que amenaza con acabar con la identidad sagrada de España. Y todos los que, por procedimientos ilícitos se han hecho con el dominio de barrios emblemáticos de las grandes ciudades.
Pedro Cantero
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