BOLETÍN INFORMATIVO DISIDENTE NACIONAL REVOLUCIONARIO

jueves, 19 de abril de 2012

LA INMIGRACIÓN NOS LLEVARÁ A LA DECADENCIA Y A LA RUINA



B.D.- En España, a día de hoy tenemos no menos de 8 millones de extranjeros que han llegado, la mayoría de ellos, en los últimos 15 años. Casi todos ellos han entrado a España de manera ilegal, como turistas o desembarcando en una playa nocturna, pero sin permiso ni autorización alguna de las autoridades, y menos con el consentimiento de la mayor parte de la población española.
Los diferentes gobiernos de izquierda y de derecha de esos años han permitido esa masiva inmigración, porque les convenía a cada cual por motivos distintos. No es el caso repetir una vez más lo que ya es de sobra conocido al respecto. La crisis que padece España y que todo indica que va a continuar, no ha frenado de manera sustancial la llegada de nuevos inmigrantes, al tiempo que pocos de los que ya estaban aquí han retormado a sus países. Siguen llegando a nuestro país varios cientos de miles de inmigrantes al año en estos momentos.
La situación de quiebra del país y la falta de perspectivas de mejora a corto plazo no es ningún impedimento para disuadir a estos nuevos inmigrantes de venir a España, ya que ellos no buscan un trabajo que saben que ya no existe, sino que vienen a acogerse a los beneficios del Estado de bienestar que rige en España (por poco tiempo, al paso que vamos). No son trabajadores que vienen a aligerarnos la carga, son parásitos que vienen a que los mantengamos. Sumando los que están aquí y los que llegan a diario, más los nacimientos in situ de esa inmigración, el número de inmigrantes llegará pronto a los 10 000 000 (diez millones). El problema migratorio está destinado, pues, a crecer y a empeorar.
Teniendo en cuenta su amplitud y la rapidez con que ha ocurrido, más su carácter de indeseado, el proceso de inmigración en curso constituye en verdad una invasión. Una invasión que a veces se ha comparado con las grandes invasiones bárbaras del final del Imperio Romano. La comparación es oportuna en más de un aspecto, menos en uno: en el demográfico. Si tomamos el caso de España, aquí llegaron en varias décadas (tal vez un siglo) menos de 250 000 (doscientos cincuenta mil) germanos (visigodos, vándalos, suevos y alanos). En nuestra época 8 000 000 (ocho millones) de extranjeros se han instalado en España en menos de 15 años. La magnitud de tamaña inmigración en tan corto espacio de tiempo no tiene parangón alguno en la historia universal.
En Europa la inmigración no europea comenzó en los años 60 del siglo pasado y se volvío masiva a partir de los años 70. En España esta empezó en la década de los 80 y se volvió masiva a partir de los años 90. A pesar del “retraso” en sumarnos a este movimiento, hemos alcanzado a aquellos países que habían comenzado mucho antes que nosotros en esta vía. Si el proceso en curso no se detiene y se revierte, la población autóctona española se verá en una posición de minoría antes de pocas décadas, tal vez pocos lustros.
Los españoles siguen, a pesar de todo, votando a los que han creado esta situación y hacen como si éste no existiera, a pesar de que constituye el mayor problema que afecta a los españoles y pone en peligro su futuro.
La cuestión de la inmigración es una cuestión fundamental pues esta compromete la misma supervivencia de nuestro pueblo y nuestra cultura. La izquierda y la derecha tienen, con pocos matices, la misma política en materia de inmigración. Las dos caras del sistema simulan estar en desacuerdo sobre cuestiones menores para tapar antes los electores su completo acuerdo sobre lo esencial: la tolerancia activa ante la inmigración masiva.
Ahora bien, si la inmigración sigue a esta cadencia, esta nos llevará ineluctablemente al escenario siguiente:
1- La persistente inmigración masiva traerá una degradación contínua de las condiciones de vida. Esa inmigración provoca por definición un aumento de la población, esto se traducirá a la larga por un aumento contínuo del precio de la vivienda, por una extensión de la urbanización y por un crecimiento de la contaminación. Actualmente España está creciendo demográficamente. Sin embargo, la población española autóctona sigue estable desde hace lustros: el aumento de la población se debe principlamente a la inmigración. Las condiciones de vida hacen que los españoles apenas puedan pensar en tener hijos, pero para los inmigrantes esas mismas condicones (más suaves que las de sus países de origen), más las ayudas y beneficios que se les da no les sirve en ningún caso de freno en su comportamiento reproductivo, al contrario lo fomenta. El tener hijos en España les sirve por otra parte de salvoconducto par no ser deportados si son pillados in fraganti entrando ilegalmente o para aspirar a mayores subsidios de parte de un Estado del bienestar que la inmigración está literalmente saqueando en perjuicio de los españoles.
2- La inmigración provocará la ruina de los sistemas sociales y de los servicios públicos. La seguridad social, la escuela pública, el sistema de jubilaciones, el sistema de vivienda social, han empezado a implosionar bajo el peso de esta inmigración creciente e insaciable, al verse superados por el número por las dificultades sociales inherentes a las poblaciones inmigrantes, desbordadas por otra parte por los comportamientos incívicos y delictivos de estas poblaciones. Ya no hay dinero ni crédito para hacer frente a estos desbocados gastos que genera esta inmigración, convertida en una auténtica carga para España. Dentro de pocos años, únicamente los miembros de las clases altas podrán costearse la sanidad, escolarizar sus hijos en un contexto favorable y disponer de un nivel de vida decente al llegar a la jubilación. Los demás, en particular las clases más bajas, aplastados bajo la carga de impuestos cada día más pesados para sus maltrechas economías, serán apartados de los servicios públicos a los cuales tuvieron acceso un día.
3- La inmigración alimentará una aumento contínuo de la inseguridad y la delincuencia. Actualmente se cometen en España millones de delitos y la tendencia es a la alza acelerada. Una gran parte, tal vez la mayoría de esos delitos, son cometidos por inmigrantes y personas originarias de la inmigración (segunda, tercera generación…). Si la inmigración no es contenida y la mayoría de los inmigrantes no son devueltos a sus países, la delincuencia seguirá creciendo. En los próximos años, centenares de miles, millones de españoles, sufrirán en sus carnes esa delicuencia, como ya cientos de miles la han experimentado personalmente. Seremos víctimas de robos, agresiones, violaciones, navajazos, tiros… Entre esas víctimas habrá muchos electores de los partidos culpables de esta salvaje inmigración, los cómplices de esta agresiva invasión (y eso no será más que justicia). En los años venideros sólo las personas que dispongan de medios económicos elevados podrán protegerse de la delincuencia viviendo en barrios seguros.
4- La inmigración llevará a la población española autóctona a bajar la mirada en su propio país. Nos obligarán a tener una actitud de sumisión ante esta invasión. Deberemos estar siempre vigilantes en toda circunstancia para evitar los malo encuentros: cambiar de acera, cambiar de vagón en el metro o de autobús, no ir más a ciertos lugares, evitar cruzar la mirada de una persona de origen inmigrante o de una raza no europea, no frecuentar bajo ninguna circunstancias algunos barrios, no pasear por ciertos parques…
Tendremos que convivir, en los distintos compartimentos de nuestra vida, con personas provenientes de la inmigración. En el terreno profesional y laboral, un número cada vez más elevado de personas de orígenes diferentes al nuestro impondrán, mediante cuotas de “discriminación positiva”, la “diversidad” en todos los sectores y a todos los niveles. En los hospitales, en las hogares de ancianos, seremos atentidos cada vez más por personas de esa “diversidad”, lo que hará que esa situación de dependencia y debilidad en la que la frecuentación de esos lugares nos coloque sea aun más dura y penosa de soportar.
Los responsables de las empresas de trabajo a las cuales tendremos que acudir, los comerciantes a los que iremos a comprar, los empleados de banco a los que tendremos que solicitar un prestamo, los funcionarios ante los cuales nos presentaremos para hacer un trámite, todos ellos serán de manera creciente gentes de la “diversidad”. También ocurrirá otro tanto con los agentes de Policía que nos pararán, nos darán órdenes y nos multarán. Tendremos que convivir con vecinos de rellano de todas las variedades humanas. Viviremos constantemente incómodos y tensos ante las diferencias y la hostilidad latente de esta gente hacia nosotros.
Y tendremos que estar eternamente vigilantes, callar nuestras opiniones y disimular nuestros pensamientos, tener cuidado en todo momento, hasta en los lugres más privados, con lo que diremos. Deberemos acatar la ideología universalista o por lo menos ser lo más discretos sobre ella. Nos prohibirán hasta expresar nuestra nostalgia por el mundo que fue el nuestro ante de esta “nueva realidad” impuesta a golpe de fronteras abiertas y criminalización de los autóctonos por el simple hecho de serlo. Hablar positivament de “antes” será un delito, una actitud que nos excluirá del círculo de la gente “decente” y nos cubrirá con el manto de la culpabilidad. Si no queremos ser considerados unos réprobos y unos apestados deberemos hacernos pequeños y silenciosos. Tendremos que aceptar sin reaccionar las provocaciones y las agresiones de las comunidades de origen inmigrante, que ellas son bien conscientes de participar a una empresa histórica de invasión.
Todas esas perspectivas sombrías ya están en vías de realización desde hace años, y muchos españoles ya la han experimentado en carne propia. Recordemos de paso que las innumerables reivindicaciones y afirmaciones de pertenencia comunitaria que se multiplican con una fuerza creciente, sobre todo en la población musulmana, no son únicamente unos comportamientos de carácter religioso, sino sobre todo son manifestaciones identitarias y políticas.
Si queremos conjurar este horizonte catastrófico, ya no cabe tergiversar ni perder tiempo hablando del sexo de los ángeles. Hay que tomar medidas urgentes: deportar a los ilegales, a todos aquellos que ha obtenido su regularización en base a falsos datos y manejos ilegales (cientos de miles), prohibir la reunificación familiar, el permiso de residencia por arraigo (¡hasta sirve el tiempo pasado en la cárcel!), expulsar a los que no tienen medios de vida y son una carga para el país, no renovar permisos de residencia a extranjeros en paro prolongado, deportar a los delincuentes extranjeros y a los naturalizados, y a sus familas si las tuvieran aquí, negar la escolaridad a los hijos de los ilegales, no empadronar a ningún extranjero sin un permiso de residencia y un trabajo que subvenga sus necesidades, reservar las prestaciones sociales (subsidios, vivienda, becas escolares, etc…) únicamente a los españoles, restringir el acceso la nacionalidad, suprimir el derecho de suelo, no dar más visados en los países de origen de los inmigrantes, etc…
¿Qué clase de argumentos pueden oponer a esto los electores de los partidos del sistema? Una política de esa naturaleza provocaría tensiones? Sin duda. Pero antes estas medidas sean tomadas, mejor serán limitados y controlados los conflictos por venir. La inmigración crece y con ella los problemas inherentes a la falta absoluta de una política razonable al respecto. Estamos en pleno descontrol. El sistema se ha desentendido por completo de los intereses del pueblo español y de la misma supervivencia de España. Hemos asistido a un reciente cambio de gobierno y sin embargo no se aprecia cambio alguno en esta matería. Es más, esta cuestión sigue absolutamente ausente del debate político. Como si no existiera. El gobierno actual, tanto como el anterior, habla tanto de los problemas de la inmigración como de los elefantes voladores: eso no existe, por lo tanto no se debate de lo que no existe.
Algunos dicen: “Las cosas van a ir mejorando, las aristas se van a ir limando, los inmigrantes se van a asimilar, el islam moderado se impondrá si les ayudamos en esa tarea”. ¡Estamos ciegos! Los que piensa así han olvidado que la Historia está llena de ejemplos de civilizaciones brillantes que han sido invadidas o que han desaparecido. ¿Ignoran acaso la suerte de las minorías cristianas en todos los países musulmanes?
En la España bajo dominación musulmana, así como en el conjunto del mundo musulmán medieval, los cristianos y los judíos tenían el estatus de dhimmis: eran tolerados pero sus derechos eran limitados, debían pagar impuestos particulares, no podían practicar su religión más que en unos pocos lugares y se les prohibía hacer proselitismo. Debían además portar ropa de un color particular.
Los electores de los partidos inmigracionistas (PSOE, PP y demás) han aceptado por adelantado el estatus de dhimmi que les será impuesto antes de mucho tiempo.

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